¿Qué puedo hacer con esto que siento?
Este post es para ti, mujer que has crecido aprendiendo a cuidarlo todo… menos a ti. Que te preguntas si lo que sientes es demasiado, si tiene sentido, si está “bien”. Que dudas de ti porque así te...
¿Qué puedo hacer con esto que siento?
Te pasa algo.
Lo notas en el cuerpo, lo arrastras por dentro.
Pero cuando intentas ponerle nombre… se escapa.
A veces duele, a veces inquieta.
A veces simplemente está ahí, como un murmullo que no cesa.
Una emoción que no sabes cómo nombrar ni qué hacer con ella.
Has aprendido a contenerte.
A no hacer mucho ruido.
A estar bien para los demás.
A sonreír aunque por dentro te estés cayendo a pedazos.
Te enseñaron que sentir “demasiado” era un problema.
Que enfadarte era de malas.
Que llorar era de débiles.
Que dudar era inseguridad.
Y que lo importante era que te quisieran, no que tú te escucharas.
Pero… ¿Qué haces hoy con todo eso que sientes y no sabes por dónde sacar?
¿Qué haces cuando no puedes más, pero tampoco sabes cómo empezar a sostenerte?
Este post es para ti, mujer que has crecido aprendiendo a cuidarlo todo… menos a ti.
Que te preguntas si lo que sientes es demasiado, si tiene sentido, si está “bien”.
Que dudas de ti porque así te enseñaron.
Esta pregunta —¿Qué puedo hacer con esto que siento?— es una puerta.
No para solucionarte la vida, sino para empezarla a escuchar desde dentro.
Hoy quiero abrir esa puerta contigo.
No saber qué sientes no significa que no lo estés sintiendo
Te cuesta ponerle nombre a lo que te pasa.
Sientes algo, pero no sabes bien el qué. Y eso ya te incomoda.
Te pone en duda. Te hace sentir torpe.
Te preguntas si estás exagerando, si eres demasiado, si simplemente deberías dejar de darle tantas vueltas.
Pero aquí va algo importante:
no saber lo que sientes no te hace menos válida, ni menos emocional, ni menos mujer.
Solo significa que no te enseñaron a traducirte por dentro.
Y no es casualidad.
Es que el mundo no te dio ese lenguaje.
Y en muchos casos, tampoco te dio permiso.
Desde pequeña, aprendiste a adaptarte al entorno emocional de los demás, no al tuyo.
A intuir lo que los otros necesitaban antes que sentir lo que tú necesitabas.
A contenerte para no incomodar, para que te quisieran, para que no te abandonaran.
Y ese patrón se queda: el de la niña que se hace pequeña para que todo lo demás no se rompa.
¿Y cómo ibas a aprender a identificar tu tristeza, tu rabia o tu miedo,
si cada vez que las mostrabas te decían que no era para tanto?
¿Si te mandaban a callar, a comportarte, a no montar un drama?
¿Si te premiaban por ser “madura”, “fuerte” o “buena” aunque por dentro estuvieras temblando?
No saber qué sientes no es una carencia tuya,
es una consecuencia de haber vivido en un sistema que priorizó la imagen sobre la verdad emocional.
Que te aplaudió por estar entera, incluso cuando estabas rota.
Y con el tiempo, desconectarse se volvió automático.
Una forma de seguir funcionando.
De que te quisieran.
De encajar.
Pero ahora ya no quieres solo encajar.
Ahora quieres escucharte.
Ya no quieres seguir sobreviviendo mientras sonríes.
Quieres vivirte desde dentro, aunque al principio no entiendas lo que sientes.
Porque entenderte no empieza con respuestas.
Empieza con presencia.
Validar lo que sientes es un acto de rebelión
Sí.
Escucharte es una forma de rebelarte.
Una forma íntima, silenciosa y poderosa de romper con todo lo que te enseñaron a ignorar.
Porque te educaron para ponerte en duda.
Para desconfiar de tu propia emoción si no encajaba con lo que se esperaba de ti.
Para priorizar el "estar bien" sobre el "sentirte de verdad".
Te dijeron que el amor propio era egoísmo.
Que dudar era debilidad.
Que llorar era drama.
Que enfadarte era descontrol.
Y así creciste aprendiendo a domesticar tu emoción.
A edulcorarla. A esconderla. A pedir perdón por sentirla.
Pero validar lo que sientes es una forma de desobediencia emocional.
Es decir: esto que siento importa, aunque no le guste a nadie más.
Esto que siento es real, aunque no sepa explicarlo bien.
Esto que siento merece cuidado, no juicio.
Es dejar de esperar que alguien más le ponga nombre a lo tuyo.
Es dejar de necesitar permiso para estar mal, para estar viva, para estar.
Porque una emoción no necesita aprobación para ser legítima.
No necesita testigos, ni likes, ni explicaciones.
Solo necesita presencia. Tu presencia.
Y sin embargo, muchas veces seguimos esperando que otro la valide.
Que otro la vea. Que otro nos diga que está bien sentir lo que sentimos.
Seguimos entregando ese poder: el de existir solo cuando el otro nos reconoce.
Pero eso es seguir dándote a otros para existir.
Y tú ya no quieres vivir a medias.
Hoy te invito a probar otra cosa:
ser tú quien se crea.
Quien se escuche.
Quien se abrace.
Aunque tiemble.
Aunque no sea perfecto.
Aunque no sepas bien cómo hacerlo.
Porque eso también es gestión emocional.
Y eso, sobre todo, es empoderamiento.
Es volver a ti.
A tu verdad.
A tu sentir.
Empieza aquí: una pregunta y una pausa
No necesitas tener todas las respuestas.
No tienes que saberlo todo, ni explicarlo todo, ni hacerlo perfecto.
Lo que sí puedes es empezar.
Empezar por hacerte espacio.
Por permitirte una pausa.
Una grieta en el ritmo para escucharte.
Y desde ahí, solo una pregunta:
¿Qué puedo hacer con esto que siento?
Pero no la respondas desde la mente.
No intentes racionalizar lo que está pidiendo ser sentido.
Ve al cuerpo.
Ve a tu raíz.
Respira.
Cierra los ojos si te ayuda.
Y pregúntate: ¿Dónde lo siento?
Eso también es lenguaje.
Eso también es sabiduría.
Porque el cuerpo habla antes que las palabras.
Y muchas veces lo que llamamos “bloqueo emocional”
no es otra cosa que una emoción que no ha sido escuchada todavía.
Así que quédate un momento ahí.
No para arreglarlo.
No para entenderlo.
Sino para estar.
Y cuando puedas, susúrrate algo nuevo:
No voy a rechazar esto que siento.
Voy a escucharlo.
Voy a quedarme conmigo.
Puede que al principio no venga nada claro.
Solo una sensación difusa, una tensión, unas ganas de llorar o de gritar.
No lo fuerces.
Eso también es información.
Con el tiempo, ese gesto de pausa se convierte en un hogar.
Un refugio interno.
Un lugar donde ya no tienes que juzgarte por sentir.
Donde no te exiges estar bien todo el tiempo.
Donde la emoción no es un enemigo, sino una brújula.
Porque sentir no es perder el control.
Es recuperarlo desde lo más profundo.
Desde ti.
Tal vez no puedas con todo ahora. Tal vez no tengas las palabras exactas.
Pero estás empezando a escucharte. Y eso ya es mucho.
El domingo te compartiré una herramienta para seguir profundizando en esto: un mapa emocional que te ayudará a reconocer lo que sientes, ubicarlo en el cuerpo y traducirlo con más compasión.
Es un recurso que nace desde esta misma pregunta: ¿Qué puedo hacer con esto que siento? Y que quiere darte un espacio donde dejar de exigirte y empezar a acompañarte.
🔒 Si aún no lo has hecho, suscríbete para recibirlo directamente y apostar por tu crecimiento emocional y sexual desde el cuidado, no desde la presión.
Porque gestionar tus emociones no es hacerlo todo bien.
Es darte permiso para volver a ti.
Me encanta saber qué te ha parecido el texto. ✨Te leo.
Un abrazo grande,
Miriam (●‿●✿)